viernes, 11 de marzo de 2016

Sobredosis y Rehabilitación


Solía ver a los adictos con muy poca tolerancia y compasión. "Si ellos están en ese hoyo de miseria y amargura, fue por decisión suya. Nadie intervino. Nadie los apuntó con una pistola para que lo hicieran", pensaba yo, con una seguridad muy impropia de mí. Nunca he sido buena juzgando a los demás, como lo he dicho, pero en esta parte de la vida, no me detenía a la hora de fulminar con la mirada a mis familiares/amigos cuando caían ante los demonios del tabaquismo, alcoholismo y drogadicción.

No era muy compasiva con ellos, porque me parecían estupideces.
Caer en este tipo de cosas no era accidental, no era por debilidad. Era por pura estupidez. Y yo cero tolerancia tenía ante la estupidez -hasta la fecha, sigo siendo alérgica a eso, pero ok-

Tenía cerca de doce años y miraba con recelo a mi alrededor y veía con cuánta facilidad se autodestruían. Era casi poético el caer al abismo de adicción al que muchos de mis seres cercanos se arrojaban con la firme esperanza de que eso los iba a ayudar. Tenía doce años y veía las cosas con mayor claridad que ellos. Tenía doce años, iba en primero de secundaria y mi razonamiento estaba más desarrollado que el de ellos. Tenía doce años, y no había vivido mucho tiempo, pero ya pensaba que tenía las claves de la vida descifradas.

Tenía doce años y la vida era otra.




Pasaron los años, y comprendí que esto de las adicciones no era algo exclusivo del área "recreativo-sustancial". Hay muchas a las que te puedes volver adicto: A sensaciones, comidas, eventos, objetos, e incluso, personas.

A los dieciocho años me di cuenta que tenía una adicción a considerar con la tristeza. Me gustaba estar triste. Encontraba cierta satisfacción poética y cierto arte en estar triste. Disfrutaba la tristeza más de lo que era recomendable y podía ver que nadie más lo hacía, porque, bueno, normalmente la tristeza la catalogamos como mala.

Como tres líneas de cocaína inhaladas con un billete de cien pesos, la tristeza en mis pensamientos se volvió una adicción bastante difícil de desprender.

Ustedes dirán: "omfg, Mariana, ¿Cómo puedes ser adicta a la tristeza?". Pues, lo era. Lo fui durante los dos años posteriores a eso y creo que, incluso a estar menos de un mes para mi cumpleaños veintiuno, sigo teniendo un poco de esas recaídas.

Pues, así tan complicado como suena, caí bajo mi propio dolor.

Necesitaba buscar algo que me recordara que la pena no valía la pena. Indudablemente me topaba con pensamientos macabros y creepys que teñían mis sentimientos de un color oscuro, opaco. Un color antinatural.
Permitía que cualquier persona estirara el brazo para, así fuera con el más mínimo cuchillo de plástico, arañara mi corazón, porque sufrir por un corazón roto me daba tanta emoción.
Abrí la puerta de mi vida y recibí con los brazos abiertos a aquellos que tuvieran la intención de envenenar mi ser con actos obscenos, actos blasfemos, actos llenos de crueldad y maldad.

Lo hice.


Yo solita levanté cuatro paredes alrededor mío y me inyecté dosis de dolor, porque el estar muerta en vida me hacía sentir tan... viva. Tan aquí. Tan ahora. Tan... tan... tan humana. Tan artísticamente humana.




Es raro, ya lo sé.

Mientras algunos se vuelven adictos al tonayán (MEGA LOL), o a los cigarros mentolados, al café o a la literatura barata genérica de la actualidad (entiéndase, por ejemplo, los juegos del hambre, o cincuenta sombras de grey o qué sé yo), yo me volví adicta a la tristeza.

Es difícil explicarlo con palabras. Creo que no existe una perfecta articulación de las mismas para pintar un panorama lo suficientemente claro:

Aborrecía estar triste, pero la sensación que me provocaba era mágica. Perder mis esperanzas con el soplo de un viento me permitía hacer crecer raíces en donde estaba parada. Ver cómo mis sentimientos se estrellaban contra el pavimento, me hacía creer por un momento que en algún instante estuvieron en el aire, suspendidos por la gravedad innegable de la vida.

No sé.

Tal vez era por la facilidad que me daba para hablar de algo. Tal vez era porque el dolor abría sensaciones en mí que no sabía que podía tener. Tal vez era la probabilidad, tal vez mínima, de entender que mi existencia era válida.

Era sentirme aquí, parte del tiempo y parte del espacio. Era sentirme como un ente humano, enteramente humano. Era sentirme completa. Era sentirme compleja.

Era sentirme artista.






Táchenme de loca o esquizofrénica, pero así lo sentí en mis años de juventud (lol, tengo veinte) y tenía miedo, porque recién había muerto una de mis tías favoritas, porque saldría de la preparatoria y debía enfrentarme a la vida adulta dentro de poco. Tenía miedo. Tenía ganas de escribir. Tenía ganas de vivir.

Y vivir a través de la tristeza fue lo que me dio mi escape.


Suena más lógico en mi cabeza que ahorita que lo quiero explicar, pero no es el tema.


He crecido bastante. He madurado bastante. He aprendido toneladas y toneladas de cosas, -a la mala, debo admitir- y rememorando hoy en la mañana toda esa tristeza que me provocó una pesadez en mi pecho que casi me lleva a aventarme de un tercer pisDIGO NADA, me percaté de que era una sobredosis.

¿Cuánto tiempo tenía dándome sobredosis así? No lo sé. Estos últimos meses no han sido fáciles, amigos, y ustedes son testigo de ellos.

Falleció el único adulto que creía 100% en mí.
Descubrí que una de las amigas a quienes más había querido, era totalmente falsa.
Me envolví en una relación tóxica y abusiva con alguien que decía amarme.

Peleé y peleé y terminé perdiendo hasta la dignidad, hasta el conocimiento y hasta mi promesa de jamás alcoholizarme.


Pero ya lo entendí, amigos. No sé desde cuándo lo he sabido, desde cuándo me decidí, pero lo he configurado en mi sistema hoy. Esta noche, ante ustedes.

Sufrí una(MUCHAS) sobredosis de tristeza. Dejé que personas mega equis inyectaran dolor a mi existencia. Acepté montonales de mierda de muchas personas y les agradecí por ello.


Y después de varias noches de quedarme dormida por tanto llorar. Después de tantos dolores de estómago que sufrí por la ira que me provocaban estas personas. Y después de tanto tiempo culpándome a mí misma, sintiendo lástima de mí misma, de escuchar a las pocas personas que realmente desean mi bienestar repetir su discurso una y otra vez, lo he entendido. Mi sistema ha aceptado esta premisa:

Terminé de sentirme triste.

Terminé de sufrir tanto.


Ya, terminé.

Toqué fondo.


Perdí mi dignidad, perdí mi autoestima, perdí de vista mis sueños, perdí mi tranquilidad, perdí mi salud mental.

Me perdí a mí misma y en su lugar, me convertí en un ser inseguro, celoso, en un ser inestable, en un ser extremista, en un ser miedioso, en un ser inútil y sin voluntad.

Dejé de ser yo, la Charlie Marian alegre, cool, creativa y libre que era y me convertí en Charlie Marian la idiota.

Bueno, pues, hoy, esta madrugada, les anuncio que ya me cansé de sentirme mal conmigo misma. No quiero ser lo que soy ahora, porque en esto me transformaron estas personas/eventos.

Yo soy mejor que esto.


Y abandono total relación con ese mundo de adicción al dolor.

Sufrí bastantes sobredosis de las que no me sentía capaz de abandonar y ahora, con ligereza en mi pecho y mis ojos secos y mis voz fuerte puedo decir:

Al carajo esto.
Al carajo tú.
Al carajo todo.

No lo vale, amigos. No lo vale, ni este estrés, ni este insomnio, ni este amor, ni esta inseguridad, ni estas ganas, ni este miedo, ni este NADA.
Nada.

Ciertamente, y me he tardado en entenderlo, soy mejor que esto. Mucho mejor.


Así que como cualquier alcohólico que toca fondo, como cualquier corazón roto que aún sigue enamorado, como cualquier muchachilla tristona con ansias de cambiar al mundo, he decidido entrar en rehabilitación.
Rehabilitarme a mí misma para regresar a una vida más cálida, una vida más brillante, a una vida más digna de mí, con personas dignas de mí, con sueños más dignos de mí, con trabajos más dignos de mí. Con una tranquilidad, una felicidad, una paz humana interior más digna de mí.



Y sé que será difícil. El camino que diviso frente a mí se ve algo complejo, algo tortuoso, algo que  representará un gran reto para mí.
Pero, o sea, soy yo, a mí me encanta lo difícil y problemático.

Tengo fe en que saldré adelante. Veo la luz al final del tunel y voy a seguir a mi corazón, porque si mi corazón me metió en esto, mi corazón me va a sacar de esto.

Y que esto sea una lección para todos, amigos. No les miento cuando les digo que soy un cuento con moraleja: Sé más de lo que aparento. He vivido más de lo que aparento.


Si se encuentran en una situación parecida a la mía, busquen ayuda. Déjense caer hasta el fondo y sólo así sabrán cuánto necesitan esa ayuda. Permitan que sus amigos extiendan sus manos para ayudarlos a sacarlos. Permitan que su familia los vea crecer y volverse más fuertes.

Tengan sobredosis y rehabilítense.

-mal consejo, hay sobredosis de las que ya no sales ;_;-



El punto es...



No sé, salgan a vivir siempre.

No se detengan por muy asqueroso y horrendo que se vea el panorama. Luchen por lo que quieren y no habrá arrepentimiento alguno con eso, sin importar cómo terminen las cosas. Tengan fe.



"El primer golpe es lo difícil. Después de eso, todo es más fácil."
*cita MÁSOMENOS exacta de un diálogo de Robert DeNiro en Dirty Grandpa*


Al final, siempre las cosas mejoran. No sé porqué pasa eso, pero siempre lo hacen.



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