viernes, 19 de agosto de 2016

Los Adultos


Amigos, necesito que me dispensen por la hora. Es tardísimo; esta última semana ha sido larguísima. Los días duran eternidades, siempre estoy cansada, de mal humor y con terribles náuseas. He estado más emocional de lo normal, la regla ya me alcanzó -maldita sea-  y acabo de terminar de ver la primera temporada de Arrow: Es un desgaste emocional terrible.

Luego, estoy dándome cuenta de que teniendo a "tantos" contactos para elegir de sobra, ninguna compañía me apetece lo suficiente como para salir a comer hamburguesas QUÉ ME ESTÁ PASANDO. SÉ QUE NO TENGO MUCHOS AMIGOS PERO ESTO ES RIDÍCULO. INCLUSO CONSULTÉ A MI HERMANA PARA VER SI ELLA ME ACOMPAÑABA A COMER, WTF.


Han sido días difíciles.


Esto de levantarse a la hora de SATANÁS (6:40 am) para ir a la escuela está acabando conmigo. Luego se preguntan porqué estoy tan seria o tan callada y es que, o me levanto temprano o me levanto de buen humor, las dos cosas no se pueden. Odio, ODIO levantarme de madrugada. Es inútil. Yo no funciono a esas horas, ni yo ni nadie más, hay estudios que comprueban que la hora ideal en la que el cerebro está a full de sus habilidades es a partir de las 9 de la mañana, #FACT, so, no entiendo la obsesión por destruirnos el alma a todos al hacernos madrugar de esta manera pero okay. Con tristeza he de admitir que no conozco a ningún Oliver Queen que quiera clavarle una flecha en el pecho a quien sea que haya tenido esa mala idea.



Regresé a la escuela esta semana. Bueno, no escuela "escuela". O sea, sí es una escuela, pero ya no voy como alumna. Bueno, sí voy como alumna, pero como alumna que va a improvisar papel de maestra y así.

Equis. El punto aquí es que regresé a la escuela a escuchar unas juntas que se les facilitaron a los maestros por esto del nuevo modelo educativo -ya saben que a la SEP le mama experimentar con cosas nuevas cada dos años-


He tenido el tiempo suficiente como para tomar siestas de dos horas cada día, y la cantidad de energía mental para hallarle el sin sentido a todo pero no con la suficiente voluntad de arruinarme la vida profesional como para abrir la boca y quejarme.
Pero sí, ha sido un desencanto total.


Para ser sincera, una de las principales razones por las que decidí meterme de cabeza a esta carrera sabiendo absolutamente nada, es que pensé que no trataría con adultos. Pensé que mi trabajo sería casi exclusivo con niños.

Los adultos no me caen bien. Lo único que me han dado los adultos son decepciones e incomodidades. Es neta.




Cuando tenía cuatro años -lo recuerdo MUY bien- e iba a un preescolar en donde tenían servicios de comedor, cada día nos daban de comer algo diferente. A mí nunca me han gustado las frutas y/o verduras como la papaya o la guayaba o la zanahoria. No pregunten porqué, pero no me gustan para nada, ni su sabor, su olor, diablos, ni siquiera su color o su forma. Mis padres saben eso. Casi cualquier persona que se las quiera dar de mi amigo sabe que aborrezco mil estas dos frutas.

Un día, durante este periodo de escolaridad, a las maestras les valió gorro y me sirvieron puré de zanahoria y papaya.

Me negué con tanta elegancia con la que contaba a esa edad pero obvio, como era una nena de cuatro años que estaba aprendiendo a leer, me ignoraron. Me obligaron a comerme aquella papilla infernal, incluso cuando yo me las ingenié para mentir algunas excusas poco creíbles, incluso cuando supliqué y lloré para que no me las hicieran comer.

No recuerdo si al final me tragué eso, pero lo que sí tengo bien presente es que pasé un muy mal rato. Me sentía tan vulnerable, tan frágil. No estaba nadie que pudiera ayudarme, que pudiera defenderme. Nadie quería escucharme, nadie quería ponerme atención. No querían respetar mi voluntad, incluso aunque tuviera cuatro años. Querían obligarme a hacer algo que yo no quería simplemente porque ellos lo consideraban "correcto".

Cuando llegó mi madre por mí y le fue notificado el incidente, ella aclaró que yo no era fan de esas frutas/verduras y que sería mejor que me evitaran enfrentar esa clase de situaciones en el futuro.

No se volvió a repetir, no que yo recuerde, pero oh, cómo lloré ese día.


Esa fue la primer decepción que unos adultos extraños me regalaron.




Podría continuar. Tengo una lista considerablemente larga como para argumentar mi desconfianza hacia los adultos. Quisiera recalcar algo: La edad NO te vuelve adulto. Quiero decir, yo tengo veintiún años bien cumplidos y estoy muy lejos de considerarme como un adulto. O sea, sí tengo el IFE y esas cosas, pero ño.

Un adulto es alguien que dejó de ser niño. Eso es. Un adulto es alguien que ha llegado a su punto máximo de desarrollo emocional y orgánico.

Y si me preguntan, ser un adulto me parece una grosería barbárica.



Debido, quizás, a mi anecdotario y malas experiencias con adultos es por eso que pienso como pienso de ellos, y los veo así. Pero los números no fallan. No conozco a ningún adulto que no me haya decepcionado o me haya incomodado por lo menos una vez.

No, no se trata de ser perfecto. Todos cometemos errores, lo sé. Pero un error sería calcular mal el largo de un escalón e irme de culo, y otra cosa muy diferente es golpear a tu alumna de seis años con una regla de madera en la mano porque "está jugando".

O sea, tenía seis años, creo que a los seis años todos jugamos, no sé. Yo sí jugaba mucho a los seis años, perdón.



Cuando son cosas accidentales, una imprudencia, un error de "timing", las incomodidades random no suelen tener peso en mí. Por lo general las ignoro, porque fue algo al azar, algo espontáneo.

Pero las incomodidades a las que he sido sometida por culpa de adultos nunca han sido "accidentales". Siempre son con propósito, independientemente de que tengan buenas o malas intenciones, siguen siendo incomodidades.

Me han hecho sentir como una extraña en mi propia piel, como un outsider. Ya de por sí tiendo a sentirme rara, de veras no necesito que alguien me lo esté remarcando, sobre todo cuando me lleva treinta años. Tengan poquita madre.



Crecí de esa manera y pues, aprendí a mantenerme al margen. Me mantendría en perfil bajo, socializaría con ellos cuando debía y eso sería todo. No buscaría aprobación ni nada.

He tenido muy buenas relaciones y amistades con gente mayor, por supuesto que sí. Pero a esas personas yo no las considero como adultos.


Pensé que esta manera de ver la vida sería sólo por parte de mi vida privada, mi vida personal, emocional. Que quizás en el ámbito profesional sería diferente.




Baia baia, resulta que no.





Los adultos son criaturas egocéntricas, egoístas, intolerantes y pretenciosas. Se las dan de "Lo sé todo porque tengo cincuenta años y tú tienes veinte y no sabes nada de la vida y yo sí porque he vivido más que tú, o sea UuUr", cuando podrán haber vivido mucho tiempo y muchas cosas y sus mentes siguen del tamaño de una caja de barritas de fresa, Son en exceso interesados; sólo buscan su propio beneficio, y si a alguien ayudan en el proceso, qué bueno, y si no, pues también, que en esta vida cada quien se rasca con sus propias uñas. Son pretenciosos e intolerantes. "Como yo tengo treinta años trabajando en esto, sé más que tú y yo tengo razón".

Es neta.



Perdón, podrán tener los años que quieran, y podrán justificar su ignorancia e intolerancia con un muy pobre "Así me criaron", pero es el 2016, amigos. Insisto. En esta época, a estas alturas, ya nadie se puede dar el lujo de ser ignorante. Ahí está el Internet. Lee un jodido artículo, por favor.


Tenía esta idea de que aprendería un montón de cosas de los adultos, porque siempre pensé que eran criaturas perfectas y todo lo sabían, nunca se equivocaban. Que yo, cuando tuviera 18 años, de repente tendría la solución a todo. Que todo tendría sentido.

Pero cumplí 18, 19, 20 y recientemente en abril de este año, 21, y las cosas siguen sin tener sentido. Es más, cada año pierden más sentido. Crezco, conozco más y me doy cuenta de que las personas neta no tienen ni puta idea de lo que están haciendo. Es un consuelo, porque al menos no soy la única que no sabe, pero también es una problemática porque muy pocos son capaces de admitirlo.

Tal vez porque yo tengo poca edad y en realidad mi nivel de arrogancia se estabiliza por mis problemas de autoestima, pero yo soy capaz de gritar a los cuatro vientos que neta no sé lo que hago. Que a veces me despierto con mucho miedo porque no quiero arruinarle la vida a alguien, no quiero cagarla. Porque quiero ser feliz pero no quiero decepcionar a nadie. Porque la vida como me la pintaron ahora no me convence, porque no creo que seguir los pasos que otros siguen me hará sentir completa pero que si sigo mis propios pasos me perderé (aún) más.

Tal vez cuando tenga treinta años (Lol, si llego a tenerlos) piense diferente. Tal vez me arda el culo admitir que estoy equivocada, que la idea de mi compañero es mejor que la mía. Tal vez prefiera clavarme un tenedor en la garganta antes de admitir que estoy asustada con esta vida, que no sé lo que estoy haciendo realmente.

O tal vez no.


La verdad es que no sé a qué edad se pierde uno mismo y espero no experimentarlo nunca.




Para acabar, qué desencanto saber que incluso en la educación especial (De hecho, con más razón) se tenga que trabajar con adultos.

Qué desencanto saber que he de lidiar con ellos como si fueran idiotas, porque actúan como idiotas.


No dejen que la adultez los alcance, amigos. Es como el señor del saco; se aparece en el anochecer de la vida y se roba a los que se descuidan. Ño lo permitan.


Este mundo necesita niñotes y almas creativas y libres.


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