*suspira nerviosamente*
¿Cómo empezar esto? No sé cómo empezar esto. Por primera vez en un tiempo, no sé cómo empezar, o qué decir, o cómo proceder.
Ha pasado tanto esta semana, que siento que he vivido diez años más. No miento, pueden ver mi cara: Estoy ojerosa -más de lo usual-, con los ojos hinchados, la piel marchita, el cabello desordenado e inevitablemente el maquillaje que decida utilizar se correrá debido a mis lágrimas. ¿Llorar cuenta como desmaquillante? Debería contar.
Abordaré el tema como es mi estilo: Con un sentido del humor retorcido, negro y patéticas y lastimeras quejas y si siguen conmigo, terminaré con un mensaje de paz entre tantos pensamientos suicidas.
Si deciden leerme hasta el final, recuerden que estoy escribiendo desde el corazón, un lugar no tan razonable.
Recuerdo, hace algo de tiempo, no sé bien cuánto con exactitud, que pasé por un momento verdaderamente aterrador que yo solita me había creado. Mi hermana, esa noche, había salido con sus amigos a una fiesta y regresaría tarde. Mis padres se habían cansado de esperarla, como a eso de la media noche, así que me encargó mi mamá que la esperara despierta.
-Seguro no ha de tardar, me dijo que no llegaría tan tarde- dijo mi mamá, despidiéndose de mí.
-No importa, igual me voy a desvelar escribiendo, yo la espero- respondí, con la cara en la pantalla de la computadora.
No era mentira. Me iba a desvelar, pero pasadas las dos y media de la madrugada y viendo que no llegaba, decidí mandarle mensajes para ver dónde venía.
Mensaje 1... enviado.
Mensaje 2... enviado.
Mensaje 3... enviado
Mensaje 4, 5 y 6.... enviado.
Nada.
Ninguno de mis mensajes me respondió la ingrata de mi hermana. Yo estaba furiosa. Seguro estaba hasta el culo de ebria o estaba bailando canciones de la MS con su novio de entonces o sabrá Diosito qué chingados estaba haciendo que le impedía responderme un mísero mensaje.
Dieron las tres.
PERO QUÉ LE SUCEDE.
Ya estaba cansada y quería dormir. Había terminado de escribir lo que quería escribir una hora atrás. Mis amigos ya se habían despedido y había nula actividad en twitter. Estaba muy oscuro y hacía frío. Y la mensa de mi hermana que no aparecía.
No quise apagar la computadora, porque me daba poquis de miedo quedarme en la cocina de mi casa esperando sola. Igual y no estaba haciendo nada importante, pero el ordenador me daba una sensación de compañía.
Mi mente comenzó a divagar: A lo mejor venía en el carro de su novio, y los habían detenido la policía y los habían matado. O tal vez habían chocado, porque seguro venían borrachos conduciendo. A lo mejor habían secuestrado a mi hermana y ni su novio ni sus amigos sabían dónde estaba. Quizás se había quedado dormida en la casa de alguien. O tal vez la estuvieran violando. La estaban asaltando. Le estaban robando los órganos.
Bien dicen que las manos ociosas son el juguete del diablo y con justa razón existe el dicho. Pero el punto no es mi desenfrenada e inestable imaginación, sino lo que vino consigo:
Una sensación de pánico comenzó a recorrer mi cuerpo, desde el cuero cabelludo hasta las puntas de mis pies. Un frío casi eléctrico dominó mis extremidades y algunos calambres comenzaron a azotarme el estómago, haciéndome retorcer de dolor. Estaba a punto de llorar y gritar de incoherencias a las 3:20 am, cuando entonces la puerta se abrió y mi hermana entró a trompicones, riéndose entre dientes y apestando a cerveza -ew-
Casi le arranco la cara de la bofetada tan fuerte que quise darle, pero mejor me mordí los labios, le dije que buenas noches y me largué a dormir.
Esa fue la primera vez que pensé en lo que haría si mi hermana se muriera.
Este lunes, muy temprano, recibí una noticia que hizo que el resto de la semana no tuvera sentido. Mi primo Paco había tenido un accidente y él ya no estaba en este planeta.
Así, de la nada.
Eran las ocho de la mañana, más o menos, cuando escuché a mi mamá llorar en su cuarto. Corrí, preocupada porque ella había estado enferma los últimos días y pensé que podía tener un dolor muy horrible y cuando la vi, me dio la noticia.
Retrocedí un paso, tragué saliva y gruñí un: QUÉ, POR QUÉ, QUÉ PASÓ.
No sabíamos nada. Los pulmones de repente me pesaron y fue como si alguien me hubiera dado una patada en el estómago. Quise vomitar, pero no tenía mucho en el estómago por vomitar. Me acerqué a la orilla de la cama de mi mamá, en caso de que me fuera a caer, y me senté.
Qué había pasado
Cómo había pasado
Pero lo más importante:
Por qué había pasado.
Mi mamá y yo interambiamos unas cuantas palabras y yo decidí regresar a mi cuarto. Era obvio que no podría dormir, pero quizás estando en mi cama, bajo las cálidas sábanas, dejara de sentir tanto frío a mi alrededor.
Me metí a la cama, pero sentí que algo dentro de mí crecía a límites insospechados. Si no hablaba o si no hacía algo, me iba a dar un derrame, así que tomé mi teléfono y al primer contacto que divisé, fue a quien comencé a mandarle mensajes, a diestra y siniestra.
Esta persona me leyó casi casi al instante y me puso atención. Dejó que me desahogara. A pesar de que no dijo mucho, me ayudó a calmarme bastante. Se lo agradecí en el alma.
El día pasó borroso.
Recuerdo que llegó mi papá. Recuerdo que lo escuché llorar cuando mi mamá le dio la noticia. También me acuerdo de cuando mi hermana aulló un : PERO POR QUÉ.
El camino al velorio y misa de cuerpo presente se me hizo eterno. Regresé, LITERAL, al 2014, cuando mi profe favorito había fallecido. El sitio era el mismo.
Una parte de mi cabeza estaba como en shock. Como que no entendía nada de lo que me decían. Todo lo hacía mecánicamente.
Saluda a tus tíos, Mariana
Sí, los saludaré
Saluda a tus primos, Mariana
Sí, los saludaré
Siéntate en algún sillón, Mariana
Sí, me sentaré
Ver a mis primos ahí, a mis tíos ahí, lo hizo todo muy real. Fue como despertar de una pesadilla, para enfrentarme a una realidad incluso más terrible. No pude dejar de sacudir la cabeza en negación.
No, esto no estaba pasando.
No, no había razón alguna para que pasara. No, esto no tenía ni pies ni cabeza. NO ESTABA OCURRIENDO.
Pero cuando inició la misa, y vi el féretro ahí, fue como si mi alma se cayera el piso. Tuve que detenerme del marco de una puerta para no caer al suelo como res. Mi corazón latía muy rápido. Mis pulmones trabajaban al mismo ritmo. Mis ojos no dejaban de producir lágrimas y los mocos en mi nariz se estaban volviendo una verdadera incomodidad. Las rodillas me temblaban. Los labios me temblababan.
Quería morirme.
Tenía que morirme. Yo.
Yo prefiero hacerlo. Yo quiero tomar su lugar. Yo, por favor, Diosito, tómame a mí. A ellos no. Déjalos a ellos en paz. Llévame a mí. Escógeme a mí, por favor. Por favor, por favor.
Mis pensamientos de esa naturaleza se volvieron más agudos, más intensos, más fuertes. Resonaban en todo mi ser.
Dios, por favor, sé que me oyes.
Regrésalo a él y llévame a mí. Hagamos ese trueque y será lo último que pido. Por favor.
Vamos a tomarnos un momento para reflexionar lo que pensé y dije mentalmente.
Puede que suene mal, viniendo de una chica de veinte años, con aspiraciones de volverse una gran escritora, casi a punto de concluir su carrera, con amigos, familia y parejas buenas en su mayoría. Supongo que no tengo muchas razones o muchos argumentos para desear mi muerte. Pero oigan, yo sé cómo pienso y sé como veo las cosas.
Estaba muy triste, me dolía todo y era casi imposible pasar tres horas seguidas sin soltarme a llorar, pero lo que atestigué con mis ojos me dejó helada.
Vi a mis primos, uno por uno, caerse, hechos pedazos. Vi a mis primos, uno por uno, llorar lo que con sus palabras no podían expresar. Vi a mis tíos intentando mantenerse cuerdos, luchando contra esa locura mental producto del dolor que estaban sintiendo. Vi a mis tíos, vi a mis padres, vi a mi hermana preguntarse lo que nos preguntábamos todos.
Vi a mis primos, sus hermanos, vi a mi tía, su madre, morirse un poco por dentro.
Y eso acabó conmigo.
No era que no amara a mi primo Paco.
Claro que lo amo. Es mi primo Paco. Lo que conocí de él es suficiente para amarlo como lo amé antes, como lo amo ahora y como lo amaré después.
No era que no fuera cercana a mi primo Paco.
Si bien, no éramos de salir cada quince días a pistear o a comer, siempre que lo veía era un momento especial para mí. Paco es de esas personas de sangre liviana que te caen bien de sólo verlos.
Es que, siendo honesta, desde noviembre, me la vivo media viva y creo que perdí la sensación del dolor. Nunca había experimentado tanto dolor desde entonces.
Pero esto sí es pasarse de la raya.
Estoy molesta. Muy molesta. Estoy enojadísima con todos:
Estoy enojada con Diosito, con Buda, la Madre Naturaleza, con la vida. Estoy enojada con Paco. Estoy enojada con sus hermanos. Estoy enojada con su madre. Estoy enojada con mis primos. Estoy enojada con mis padres. Estoy enojada con mis tíos. Estoy enojada con mi hermana. Estoy enojada con mis amigos. Estoy enojada con mis compañeros.
Estoy enojada conmigo misma,
No soporto tanto en tan poco tiempo. No lo soporto. No entiendo qué está pasando.
Estoy en shock, estoy encabronada y estoy tristísima. Siento que se me cae la vida a pedazos y que yo no tengo poder ni control sobre nada. Y me encabrona eso. Y me deprime eso. Y me sorprende que sea tan pronto, tan deprisa, tan de la nada...
Mi dolor no se compara al de mis primos y mi tía.
Yo perdí a mi primo Paco.
Pero ellos perdieron a su hermano, a su hijo.
¡Y YA SÉ!
Ya sé, como dice Ingrid, ya sé que nadie nos pertenece y por lo tanto, no lo podemos perder. Lo sé. Lo tengo bien grabado en la cabeza esa frasecita. Lo sé, lo sé, lo sé.
Me lo repito hasta el cansancio:
"Mariana, no estamos destinados a quedarnos en la tierra. Mariana, todos nos vamos a ir. Mariana, el dolor es un efecto colateral del amor. Mariana, la vida sigue. Mariana, todo va a estar bien"
Lo sé, lo sé, lo sé.
"Mariana, no te pongas mal, a tu primo no le gustaría verte así"
Ya lo sé, carajo. Lo sé. Lo tengo presente cada maldito minuto de cada maldito día. Vivo con eso.
Pero, mierda, a veces no se puede pensar así. ¿Ok? A veces no quiero pensar en fiestas. A veces no quiero ver a mis amigos. A veces no quiero ir a la escuela. A veces no quiero hacer nada. A veces no quiero vivir, ¿Ok?
A veces sólo quiero quedarme en mi cama, debajo de mis cálidas sábanas, esperando a la muerte. A veces pasa. Déjenme en paz.
Estoy muy molesta. Soy grosera, hiriente y agresiva con los demás. Les corto la conversación a mis amigos. Me pongo a llorar cuando salgo a la calle. Me aislo de la compañía de mis padres y mi hermana.
Está mal lo que hago, lo sé, pero en serio, ahorita necesito poquita salud mental. Conservar lo poquito que me queda. La necesito, para recomponer mi corazón.
No sé qué decirles. No hay palabras para consolar a nadie, a estas alturas. Tengo veinte años y he aprendido que nada de lo que digan los demás puede hacerte sentir mejor.
No, no me consuela creer -o tener la intención de creer- en una vida turbo más fabulosa después de la muerte.
No, no me consuela quedarme con los vivos y ver como mi deber moral disfrutarlos.
No, no me consuela pensar que lo que sucede es muy injusto y random.
Nada de eso me consuela.
Lo único que puedo decir, que me ha servido de consuelo en mis momentos más oscuros y de desesperación, es lo siguiente:
Tienes permiso de romperte. De deshacerte. De rehacerte una y otra vez. Tienes permiso de llorar. Tienes permiso de maldecir. Tienes permiso de gritar. Tienes permiso de caerte al piso. Tienes permiso de sentir como si fuera el fin del mundo.
Pero también tienes permiso de recomponerte. Tienes permiso de secarte las lágrimas. Tienes permiso de perdonar. Tienes permiso de callar. Tienes permiso de levantarte. Tienes permiso de sentir que, aunque va a doler el resto de la puta existencia, al final todo va a estar bien, porque siempre habrá alguien que te recogerá: Tú, y tu amor por esa persona.
De alguna u otra manera, al final, vas a estar mejor.
Paco fue un buen hombre. Un maravilloso ser humano, pero como cualquier ser humano, tenía sus defectos. Como cualquier ser humano, tuvo un inicio y tuvo un fin. Así como yo lo voy a tener, y tú lo vas a tener y Sam Smith lo va a tener y Gael García lo va a tener.
Es parte de nuestra humanidad.
Vamos a celebrar su vida, su legado. No dejemos que su recuerdo se vaya. Que el amor que dejó en todos nosotros viva tanto como nuestros corazones latan.
No tengo palabras de aliento para mis primos, para mi tía, para mis tíos, para mis padres, para mi hermana, para sus amigos, para sus compañeros...
No, no las tengo. Me duele mucho, y haciendo este post, en este momento, ya empecé a llorar -otravez-.
Pero les puedo decir a mis primos, sus hermanos, sus mejores amigos, a mi tía, a mis tíos, a mis padres y a mi hermana:
Vamos a amar y a sufrir a Paquito juntos.
Porque él rompió nuestro corazón y solo él lo puede curar.
Vamos a darle la oportunidad de que nos sane.