viernes, 22 de enero de 2016

Querido Diego


     He de comenzar admitiendo algo un tanto absurdo: Estoy nerviosísima. De verdad. Si estuvieran aquí conmigo, podrían sentir la frialdad casi inhumana de mis manos. Mis dedos tiemblan al recorrer el teclado de la computadora y me estoy mordiendo los labios de la ansiedad que siento. ¿Por qué? No sé.

O tal vez sí sé.

No sé qué busco conseguir con esto. O más bien, no sé qué conseguiré con esto: Si más silencio o una respuesta prometedora, pero de algo estoy segura: Es parte de mi ser quejarme y expresarme en palabras y palabras que pueden -o no- estar hiladas en una hoja. Ténicamente esto no es una hoja, pero ustedes entienden lo que quiero decir.

Haber nacido con esa necesidad casi obsesiva y enfermiza de escribir todo lo que viene a mi cabeza tiene sus partes buenas y partes malas. Vamos a enfocarnos en lo bueno.


Toda la semana he estado ensayando mentalmente este post. Me he repetido líneas hasta el cansancio, he escuchado la misma música hasta el cansansio y he estado esperando con ansias este día... Bien fácil que pudo haber sido escribirlo cuando se me diera la gana, dirían ustedes, pero yo casi nunca planeo este blog. Procuro esperar hasta el viernes, para expresarme con espontaneidad, para ver si puedo sentir las cosas desde otras perspectivas -No es lo mismo sentir una separación el martes que sentirla el viernes, a eso voy-

No sé por dónde empezar, así que voy a ser muy concreta:

Diego, tú tenías razón.




Tú tenías razón en muchas cosas. La tenías y yo me negaba a verla. Siempre la tuviste, en casi la mayor parte de las cosas sobre nosotros. La tenías y yo nunca cedí a dártela.

Soy egocéntrica, mucho más de lo que me gusta admitir. Soy arrogante, soy impulsiva. Destruyo las cosas sin darme cuenta de cómo pasó. 
Lo soy.

Soy orgullosa y siempre quiero tener la razón, la última palabra. No me gusta dar mi brazo a torcer ante nadie y sí, tengo problemas bastante profundos de autoestima. 

Tenías razón en todo eso.







Diego y yo tuvimos una relación tormentosa. 

Siendo Diego una criatura optimista, tranquila y feliz, juntarse con un ser tan impulsivo, tan triste y tan desorientado como yo, no trajo nada más que una tormenta.

Dos fuerzas contrarias que chocaban en una misma dirección, dando por resultado, un huracán de proporciones épicas. Diego y yo somos muy diferentes.


Él puede pasar horas y horas hablando de filosofía, de matemáticas, de ajedrez, de historia, porque tiene tan buena memoria que hasta resulta envidiable escucharlo recitar equis o ye cosa. Él no soporta estar entre multitudes, y lo evita tanto como puede. Él tiene gustos muy sofisticados en muchos ámbitos, tiene a la niña de sus ojos y es rara la ocasión que afecta su condición de ser humano feliz.

Yo leo libros como encuentro piedras en mis zapatos -las encuentro muy seguido, bien raro-, me encanta salir sola a pasear por la ciudad, ir al cine, comprar un disco, comer en algún subway, o simplemente tomar la oruga, ponerme los audífonos y perderme en mis melodías de Sam Smith o The Script. Necesito que me hablen en términos sencillos y simplificados. Vivo constantemente en un estado de desesperación pasivo-agresiva y, aunque no tomo seguido, cada que lo hago es hasta perder el control de mis actos y termino en algún piso preguntándome qué es lo que me diría Stephen King si me viera así.

Me encantan las películas y él no es muy adepto a ellas. Soy de los éxitos de la radio y él de la música clásica. Él tiene un particular gusto por los videojuegos (o como sea que se llamen, equis) y yo prefiero más los juegos de mesa. Él siempre es tan feliz, tan optimista, tan dulce... y mi mayor preocupación en la vida es enamorarme -y estancarme en alguna situación correlacionada al enamoramiento- y perder de vista el sueño que para mí es lo más importante para mi realización humana.

Yo escribo de manera tosca, directa, hasta cierto punto altanera y agresiva. Él es un poeta.

Tenemos diferentes puntos de vista en cuento a muchas cosas:
Él puede comer prácticamente cualquier cosa y yo casi no como nada.
Él cree que el matrimonio y/o una familia no sería de ninguna manera una carga para una persona y yo pienso que el matrimonio es lo peor que le puede pasar a alguien estando aburrido as fuck.
Yo siento curiosidad por las personas, aún sin conocerlas, con solo verlas y es muy difícil que alguien despierte interés en él de algún tipo.


Tantas diferencias me agobiaban, ¿Y por qué no? Hasta me repelían. Puaj. Diego era todo lo contrario a mí. ¿Qué diablos me ganaba estando con él?

No podía quejarme de lo mucho que quería morirme, porque de inmediato se asustaba.
No podía usar mis jergas mexicanas muy floridas, porque de inmediato lo ofendía.
No podía posar mis ojos en alguna otra actividad mientras estuviera con él, porque era hacerlo sentir a un lado.





Y teniendo todas estas diferencias de por medio, sin tener casi nada en común, era normal chocar.

Pero no era chocar como dos corrientes de aire, formando un frágil remolino. Eran choques grandes. Colosales. Choques de los que la tierra tiene memoria como el volcán en Pompeya o el terremoto en México del 85... -estoy exagerando un poquis, pero ustedes entenderán cuál era la magnitud de nuestros desastres-

Prácticamente arrastrábamos al otro a un agujero negro de drama y frustración. Él me arrastraba a mí. Yo lo arrastraba a él.

Los primeros meses fue un ir y un venir. Peléabamos por cualquier cosa. No ofrecíamos disculpas ni disculpábamos tan fácil al otro. Destruíamos más de lo que teníamos construido. Nos dañábamos. Él me dañaba a mí y yo lo dañaba a él.

Yo había llegado a un punto en el que no podía seguir así. Era muy infeliz.  ¿Cuál era el punto de quedarme con él, de todas maneras? El tipo cero compartía intereses conmigo y lo más importante: le bateábamos a diferentes direcciones. Él se quiere casar, quiere tener esposa, quiere tener hijos, una casa y un perrito.
Yo quiero viajar. Yo quiero conocer y quiero aprender y quiero tener una casa propia a la cual pueda llegar a las cuatro de la madrugada sin que nadie me esté regañando. Quiero volar, sin tener a nada ni nadie que me ate, que me haga replantearme las cosas.

Así que lo dejé.

Yo no le iba a aguantar que me estuviera agrediendo así, diciéndome que soy fuego y que no puedo abrazar ni a un árbol sin terminar quemándolo. No le iba a soportar sus groserías. Y menos a alguien que ni siquiera tenía el más mínimo gusto por Stephen King -o sea, obvio <3- 





Me fui, pero no duró tanto. Al momento en que di un paso lejos de él, me di cuenta de que lo extrañaba mucho y que quizás había cometido un error. Una semana después él se disculpó y bueno... se había disculpado. Era lo que importaba, ¿cierto?


Diego ahora era otra persona. Bueno, no era otra persona, pero ya no era tan agresivo y cruel como había sido alguna vez conmigo. Tenía más tacto -o más paciencia- y su dulzura y su inteligencia no se habían ido a ningún lado. 
Ese Diego de quien me había enamorado una vez, seguía ahí.


Pero lo inevitable llegó a relucir: Yo era otra persona. Él seguía siendo el mismo, bromeando sobre futuras parejas, tomándose en serio mis comentarios y recordándome lo mucho que le gustaba mi nombre. Él seguía siendo el mismo, tranquilo, cariñoso y culto dulcesito de chocolate que era. 

Pero yo no era la misma.

Yo estoy pasando por un verdadero infierno que, aunque NO justifica mis actitudes o mis chingaderas, vaya, me orillan a ellas. Yo dejé de ser la misma ingenua y confianzuda chiquilla distraída que solía olvidar apagar las alarmas de su celular una vez que había regresado a la escuela.

Mi amor por él estaba intacto. Pero yo no. Yo estaba rota. Mi confianza y seguridad -¿Y por qué no? mi autoestima- estaba rota.

No podía confíar en él. O más bien, había decidido no hacerlo. Tenía pensamientos en verdad horribles cuando estaba con él. Estaba toda celosa, paranoica, toda agresiva, toda alterada, toda histérica... Estaba actuando como loca. Y realmente acabé odiándome por mi comportamiendo, porque al final sólo hacía que tanto él como yo nos sintiéramos mal.




No podía más. No quería seguir así. 


La confianza es un puente que se construía entre dos personas: Diego estaba haciendo su trabajo, como mejor podía hacerlo, y yo no lo hice. Me rendí. Fue más fácil y menos problemático simplemente decirle adiós y alejarme, pensando en todo lo malo que habíamos tenido para tener fuerzas de quedarme lo más lejos posible.


Y aquí se acabó esta historia. Bien triste, ¿No creen?

He pasado esta última semana -porque eso llevamos desde que nos separamos- viviéndola en el séptimo círculo del infierno. Estoy triste, lloro a todas horas -una vez lloré hasta en la oruga, mega lol, porque la gente se asustó xp-, sólo quiero sentarme afuera de mi salón, entre las ráfagas del frío viento y las palabras de Stephen, que se dirigen hacia mí, consolándome de alguna manera. La música no me sabe igual. Y las noches son un verdadero suplicio.

Prefiero dormirme a las once de la noche que quedarme despierta a convivir un poco más, porque pienso en él y me dan ganas de llorar. Prefiero apagar mi celular y cerrar toda mi comuniación con el mundo, porque inevitablemente alguien va a decir algo que me lo recuerde.

Alguien va a decir algo sobre el ajedrez. Alguien va a hacer un comentario sobre algún libro. Alguien va a usar una frase. Alguien va a mencionar una canción. Alguien me va a hacer algo.

Y pienso:

"A Diego le gustaría, Diego me dijo esto una vez, Diego no lo aprobaría"

;_;



Y si bien, hay canciones, sentimientos, recuerdos, palabras que me vienen a la cabeza como flashes, destruyendo mi autocontrol y haciéndome desear poder gritarle a la cara todas las groserías posibles conocidas por los microbuseros de Tepito, no es suficiente. 

Sentir molestia, ira, por todo lo malo que me hizo pasar, no es suficiente para sacarme adelante de esta ruptura.

Por lo que volcarme a la tristeza es lo más sensato: Tristeza que, en vez de hacerme reflexionar mi posición en este plano existencial, es tristeza que vuelve líquido a mis sentimientos, es tristeza que me quita las ganas de convivir con mis amigos y es tristeza que me hace llorar hasta quedarme dormida.

Pero en esa tristeza y malestar combinadas, encuentro desesperación: Tengo que buscarlo. Tengo que hablar con él. ME URGE saber que está bien. Me urge saber que no me odia. Necesito saber que él no se siente igual -o peor, si es que hubiera posibilidad- que yo.


Pero todos me detienen.





Mis amigos creen que me merezco algo mejor. Mis amigos creen que estoy bien loca ALV por querer buscarlo. Mis amigos dicen: "Déjalo ir, Mariana, no tiene caso si nada va a cambiar". Ellos dicen que estaré mejor sin él, y que él igual estará mejor sin mí.

Mis padres creen que he perdido el juicio total.

Y nadie, ni siquiera yo, sé con seguridad qué fue lo que me hizo para que yo me transformara en esto. No sé si fue porque me agarró en una época bastante difícil de mi vida, o no sé si fue porque yo lo dejé entrar muy hondo o no sé si fue porque es él, porque así estaba "destinado a ser", pero ya no soy la misma.





Antes me mega incomodaba que me comparara a él. Que él dijera que éramos tan iguales. Me ofendía, la verdad, porque yo decía: OMG, YO NO PUEDO SER COMO ÉL, NO SOY TAN CALCULADORAMENTE CRUEL, YO SÍ TENGO UN CORAZÓN.

Y resulta que estuve equivocada, incluso en eso. 

Diego tenía razón: Soy igual a él.


Porque los dos somos un par de cabezas duras que se niegan a ceder. Y porque hacemos dramas de nada. Y porque nos hacemos pedazos, cuando la estamos pasando mal, y porque nos hacemos el amor, cuando la estamos pasando bien. Porque es cierto: Hablar con él es como hablar conmigo misma. Una versión más cursi y calmada y optimista, pero es lo mismo.
Él se esfuerza y se obsesiona por ver la vida con buenos ojos y yo siempre estoy buscando una razón para quejarme de la mía.
Él se mantiene frío y distante con los habitantes y eventos del mundo, y yo voy buscando el confort y el bienestar de cada criatura que me encuentro por mi camino.

Y porque tanto él y yo nos negamos a desatarnos del otro.




Hoy, por causa de mi corazón roto </3, se me ocurrió la genialísima idea de ver "Eterno Resplandor de Una Mente Sin Recuerdos". Recuerdo que hace como un año una amiga me la prestó y no le había entendido mucho.

No sé si fue porque ya pasó un año de eso o por mi situación actual y todo lo que está en mi mente, pero entendí perfectamente la película.

Yo era Joel, queriendo escapar de un mundo de oscuridad, confusión y dolor al que Clementine lo había sumergido tras someterse a un proceso científico que le hubiera borrado por siempre de su memoria. 

Yo era Joel, corriendo hacia el tren, sin tener idea del por qué. Yo era Joel, lloriqueando con mis amigos, preguntándome por qué Diego/Clementine me había hecho lo que me había hecho, queriendo tener una razón para su maldad, para esto que me pasaba. Yo era Joel, juntando todos mis recuerdos de Diego/Clementine, para poder olvidarlo y poder enfocarme en mi vida.

Y como es de esperar, Yo soy Joel, arrepintiéndome tarde. Yo soy Joel, escondiendo a Diego/Clementine en algún lugar de mi subconsciente para que no se lo lleven las corrientes de sensatez y sabiduría de mis amigos y mis progenitores. Yo soy Joel, negándome a dejarte ir.

Antes, solía pensar que Diego y yo éramos como Summer y Tom.

Pero ahora entiendo que somos como Clementine y Joel.




Tenías razón, querido Diego.


Siempre la has tenido, al menos sobre mí.


Lamento haberte hecho llorar más de lo que admitiste. Lamento haberte robado el sueño más de lo que me dijiste. Lamento haberte provocado más de alguna molestia. Lamento haber destruido tu autoestima, tu fe y tus ganas de seguir en algo conmigo.

Lamento haber roto tu corazón.

Lo lamento mucho, de verdad. Siempre te lo dije y siempre lo haré: Nunca mi intención fue lastimarte. Jamás lo haría por gusto. Jamás me atrevería por placer, o por curiosidad.

Porque tú eres muy importante para mí y esto es muy importante para mí.

No sé a ciencia cierta lo que busco conseguir con esto. No sé si esperar a que me busques, no sé si buscarte. No sé si esperar más silencio de tu parte, no sé si continuar con mi vida dejándote atrás con mis sentimientos por ti y mis recuerdos de ti.

No sé.

Tampoco sé si esto se acabó ya, desde la primera vez que peleamos, desde la primera vez que te dejé, o desde que nos conocimos. 
No sé si esto sea todo y ya jamás vuelva a saber de ti, por ti.

Tampoco sé si dentro de una hora me estés hablando nuevamente, con la esperanza de recuperar algo. No sé si dentro de cinco años, después de nuestra separación, nos habremos de encontrar en algún bar -nocierto, porque no me gustan los bares-, algún parque, alguna esquina, algún algo, nos miremos y sepamos que inició algo nuevo.

No sé si nos casaremos y tendremos tres hijos y un perrito y un gatito.

No sé si me acompañes a descubrir al mundo.

No sé si hoy sea lo último que escribo de ti y para ti.


Pero quiero agradecerte por todo.
Quiero ofrecerte una disculpa por todo.

Te amo, y así será para siempre.








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