viernes, 29 de abril de 2016

Cómo Ser Un Niño (Cool, al menos)



Se siente raro escribir el blog a tan temprana hora del día -faltan diez para las doce- y es que, debido a mi apretadísima agenda, he de salir dentro de un rato y cuando regrese a casa no sé si esté en posibilidades de escribir algo decente.
Bueno, no es como si ahorita fuera a escribir algo decente, pero por lo menos estoy en mis cinco sentidos y tengo poquito margen de tiempo. Ok.


Mañana es día del niño y por lo que pudieron haber visto ayer -es que hoy hubo junta de CT en las escuelas y he ahí el porqué de nuestras suspensiones-, las calles estaban repletas de niños con disfraces; niños siendo celebrados en sus escuelas y por sus padres; niños con regalos, niños con dulces y niños felices.

Rememoré muchas cosas cuando ayer, camino a mi escuela, vi a un par de niños disfrazados en el transporte público.

Qué bonita época, la verdad. O sea, muchos estamos todos traumados desde entonces, pero sigue siendo bonita. 

La primera infancia, así como las infancias posteriores son regalos del ser divino que nos puso aquí y nos dio entendimiento, -poco o mucho, ya sea el caso-.

Debo confesar que, a pesar de haber cumplido veintiún años el pasado ocho de abril, sigo considerándome una niña. Una niña de corazón, una niña de alma, incluso una niña de temperamento y carácter.




Trabajo con niños y tal vez por eso he aprendido a no olvidar cómo era yo de niña, pero sé que muchos encuentran estresantes estar con ellos. Con sus hermanitos, sus primitos, sus sobrinitos, etcétera, etcétera. Incluso con sus hijitos.


Es frustrante, a veces, tener que lidiar con los niños cuando una ya es "adulto". Sobre todo porque los niños tienen este pensamiento mágico y nosotros ya sabemos de qué va el mundo. Porque los niños son todos alegres, impulsivos e inestables, y nosotros despertamos tristes y decepcionados y nos vamos a la cama tristes y decepcionados. Porque lo niños son temerarios y hacen ridiculeces sin importar quién los esté viendo, y nosotros vivimos con el temor de lo que otros puedan pensar de nosotros. 

Porque los niños representan todo eso que perdimos y hemos olvidado. Por eso muchos adultos son incapaces de llevarse con los niñitos. No son pacientes, no son tolerantes, se estresan con relativa facilidad y se aburren jugando con ellos. Porque lo han olvidado todo. Han olvidado cómo ellos eran de niños y al ver retratos vivientes de su infancia, sólo pueden enfocarse en lo malo. 





No vengo a criticar aquí a aquellos con falta de comprensión y paciencia para con los niños. Of course not. A veces yo paso por ello.

Recuerdo cuando daba clases a los nenes, con alguna discapacidad o no, y a veces me frustraba tanto que me daban ganas de darles un puñetazo en la cara. Pero me calmaba. Me obligaba a calmarme, porque me decía a mí misma "Bueno, no puedo sermonear a X niña por llegar sin actitud para trabajar porque yo también hacía eso. O todavía lo hago".

"No puedo castigar a X niño por haber hecho Y cosa cuando yo misma hubiera hecho lo mismo".

No puedo, porque lo hice, o lo sigo haciendo.

Lo que hago en esos casos es mejor indagar las razones de sus acciones. Sí importa lo que hayan hecho, pero me interesa más saber porqué lo hicieron.


Tampoco vengo a criticar la manera en que crían a sus hijos, a sus nenes. O sea, yo no tengo hijos y no estoy próxima a tenerlos -Al menos eso está marcado en mis planes de vida-; si trabajo y convivo con niños es meramente por mi trabajo o a veces en reuniones familiares. Están en su derecho de decirme "No sabes cómo es vivir con un niño", porque cuando yo viví con un niño, era con mi hermana y eso que nos llevamos un año de diferencia.

Sólo pienso, opino, me imagino, que la violencia NO es manera de educar a nadie. Ya sea violencia emocional, violencia física, e incluso violencia económica y es que, he escuchado a muchísimas personas, compañeros de escuela, amigos, parientes, gente en internet, que opina que si "A determinado niño le hubieran dado unas nalgadas a tiempo, no sería el desastre que es".

¿O sea cómo? ¿Vas a quitarle a un niño lo matón a madrazos? ¿No es eso algo, amm, no sé, incoherente?
¿Vas a quitarle a un niño lo mentiroso a nagaldas? ¿Vas a quitarle a un niño lo berrinchudo y grosero a base de gritos y humillaciones en público?

Digo, ese es mi pensamiento. Hay niños tan pero tan groseros y malditos, que neta sí te entran ganas de madreártelos, pero como persona orgullosamente antibélica, me rehúso a dejarme llevar por la creencia de que con violencia puedes solucionar las cosas.

Los niños crecen así, con miedo, resentidos, golpeados, humillados y se vuelven adultos miserables y amargados. 
Los niños crecen así, rodeados por una violencia que se normaliza desde casa y entonces al cumplir la mayoría de edad se resignan a que el mundo es un remolino de constante dolor y agresión, pero que así son las cosas.

Los niños crecen así, con esa creencia de que un golpe hace el trabajo que podría hacer las palabras o la comprensión.

Un niño crece así, abandonado o sobreprotegido, y se convierte en un adulto que olvidó de dónde viene.





Tampoco se trata de tratar a los niños con pinzas y guantes. Por supuesto que no; los niños tienen que estar expuestos al frío, a la tristeza, al hambre, al miedo, a la frustración. Tienen que pasar por épocas en las que no se cumplan las cosas que deseen, tienen que entender que existe la muerte y que la muerte puede besar a quien quiera, cuando lo quiera. Tienen que estar solos, tienen que conocerse a sí mismos.

Tienen que pasar por el espectro de todos los elementos humanos. Tienen que conocer; tienen que caerse y rasparse la rodilla o romperse la madre. Tienen que equivocarse; tienen que creer en cosas falsas y tienen que desmitificarlas.

Tienen que, porque en caso contrario, serán niños vacíos, niños vanos, niños banales. En muchos casos, esos niños superficiales se vuelven adultos vanidosos, extravagantes y necesitados de atención. Y nada jode tanto como alguien que busca constantemente una atención innmerecida, ¿No están de acuerdo?

Si los niños conocen la tristeza, aprenderán a ser felices. Si los niños conocen la muerte, aprenderán a apreciar el tiempo y la vida. Si los niños conocen lo desconocido, si los niños conocen el miedo, aprenderán a aceptar lo que no les es fácil entender. Si los niños conviven con el dolor, aprenderán a amar.

Y, desde mi perspectiva, nada necesita este mundo más que el amor. Si a todos nos moviera el amor entre nosotros, las cosas serían muy distintas.

Educamos generaciones de niños cuyas principales preocupaciones son no fallar en los exámenes, cumplir con las órdenes de mamá y papá y escribir su proyecto de vida a los dieciséis.

Nope.

Tenemos que educar a los niños para que sean ellos mismos, dentro de las capacidades humanas; para que cuando fallen, sepan arreglar sus errores y ser mejores apartir de ellos.
Tenemos que educar a los niños para que construyan su criterio propio. La obediencia es buena, sí, pero es mejor el sentido crítico.
Tenemos que educar a los niños para que creen cosas, que no pierdan esa originialidad y creatividad debido a comentarios con poco tacto; necesitamos más niños genios, dementes, artistas, científicos, altruistas; necesitamos más niños que hagan locuras buenas; insanidades positivas. Niños que cambien al mundo, sin sentir que son unos pirados por el siquiera soñarlo.





Necesitamos niños, aunque tengan cuerpos de treinta años. Necesitamos que la niñez sobreviva a los oscuras temporadas que se vuelcan sobre una cuando te das cuenta de la noción del tiempo. Necesitamos que todos recordemos cuando éramos niños; 

Cuando era niña y me peleaba con mi hermana a madrazos y palabrotas, a los quince minutos ya estábamos bien, habíamos olvidado el asunto y compartíamos de nuestros doritos.

Ahora temo pelearme con alguien y crearle un rencor tan grande que nuestra relación sea imposible de recuperar, porque eso he visto cuando los adultos pelean.

Ciuando era niña preguntaba por todo lo que veía. Cómo funciona tal cosa, qué pasaría si esto sucediera, cómo viven las personas al otro lado del mundo. Y si no obtenía respuesta que me satisfaciera de las personas, buscaba por mis pobres y torpes medios.

Ahora tengo miedo de leer el periódico; tengo miedo de sintonizar un noticiero. Tengo miedo de saber cómo están las cosas, no sólo en mi mundo, sino en el mundo que comparto con el resto de la humanidad.



Y así, queridos amigos, es cómo se desvanece la niñez.

Yo lucho constantemente para conservarla; nada me gusta más que disfrutar y amar como una niña. Nada es más lindo para mí que ver el mundo a través de mis ojos de niña.

Obvio me meto en problemas; soy inocente -por no decir que rayo en la pendejez-, y la curiosidad mató al gato y esas cosas. Ni modo. Hay gente que no entiende mi punto ni a lo que voy.

Supongo que son los gajes.

Pero a los veintiuno, no me queda mucho tiempo para preocuparme por los demás, por lo que otros puedan pensar. Pienso constantemente: ¿Enorgullecería a mi yo de siete años? ¿Es algo que mi corazón anelaría, aun si tuviera nueve años o veintitrés?

Ser un niño cool no basta con hacer niñerías mamonas y andar incomodando a todos.

No.

Esto de ser niño cool se extiende. No se trata de ser genial y hacer reír a todos a nuestro alrededor. No se trata de ser adorable y kawaii.

Se trata de estirar los brazos y dar gracias al mundo por las cosas bonitas que nos ofrece. Ser agradecidos. Ser originales. Ser cálidos.

Abrazar a nuestros amigos y enemigos; agradecer por nuestras familias. Y luchar con empeño cada día que pasa para que sea un mejor entorno, un mejor universo.



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