viernes, 1 de julio de 2016

Perdiendo A Mi Mejor Amiga



Titubear a la hora de escribir un título no es una buena señal, sobre todo cuando ya te lo has planteado en la cabeza con anterioridad. O sea, sí tiemblo mucho cuando son temas serios, pero éste en particular es desastrozo porque me destrozó todo por dentro. Claro, en un sentido poético y simbólico, no tengo tanta suerte como para que de verdad todos los órganos se me desgarraran de manera interna.

De verdad deseé mi propia muerte y contrario a la creencia, yo no me quiero morir todos los días. De hecho, tenía bastante tiempo sin sentirme así. Había pasado por una situación un poco complicada que había guardado por muchos meses y por fin me había librado de eso. Era libre, soy libre y aunque un poco vacía y deshecha me dejó, seguía siendo feliz. Muy feliz, pero eso se nubló.

Ni siquiera la cantidad tan inhumana de tareas que debía entregar en poco tiempo me desanimaba, ni siquiera la posibilidad de que una de mis mejores amigas se fuera del país, ni aunque otra de mis mejores amigas SÍ se vaya a ir del país por seis meses al otro lado del continente. Ni siquiera mis conflictos emocionales con mis compañeros de clase o mis maestros. Ni siquiera el poco deseo de elegir entre ir al cine o ir a una convención de ánime me quitaba el sueño. Sí, varias veces me dio insomnio, como me suele dar y varias veces gruñí de manera incoherente para mis adentros.

Nada de eso me había roto tanto, hasta que el sábado de la semana pasada me dieron las noticias:

Doña Petra, aka mi mejor amiga felina, había fallecido después de haber estado enferma por veneno días anteriores.










El shock inicial es siempre el mismo: Un sabor amargo se deslizó por mi garganta, provocándome escalofríos y mi corazón comenzó una carrera frenética contra mi propia respiración. Pensé que me daría un ataque al corazón.

Fue un cubetazo de agua fría y podrida en la mera cara.


Voy a ser sincera: No quiero escribir algo depresivo, algo que vaya a incomodar a alguien, no busco entristecer. No quiero opacar el recuerdo de amor que tengo de ella con el dolor por su muerte. Cierto, claro está, el dolor es un efecto colateral del amor, no recuerdo dónde leí eso. Y si amo tanto a esa gata es natural que me iba a doler tanto.

Me dolió como la puta madre.


Me duele, como la puta madre.


Pero hoy no quiero revivir nada de eso. Por el contrario, quiero hablarles sobre ella. Quiero que puedan apreciar un poco cómo fue, a través de mis ojos. Quiero dejar un pequeño espacio de este internet en el que su recuerdo viva. Digo, dudo mucho que en su siguiente vida siquiera vaya a recordar que fue una gatita llamada Doña Petra y que fue muy amada; dudo mucho que siquiera encuentre este triste post en este ridículo blog.

Pero vamos, es para la posteridad. Inmortalizaré su esencia como ser humano felino con mis torpes palabras.
Haré mi mejor esfuerzo.








Doña Petra llegó a mí como una situación random, como las que me suelen pasar. Ya había tenido experiencia con esto de las mascotas y lo único que había conseguido fue un corazón roto y unos ojos cristalizados, una duda oscura y fría que se cernía sobre mis pensamientos y las palabras de resentimiento y hostilidad por parte de mis padres: ¿Para qué tenemos animales, si de todos modos te encariñas de ellos y luego les pasa algo horrible?

Crecí, entonces, sin un animalito que me hiciera compañía. La verdad es que siento que si hubiera tenido un amigo de esa naturaleza, mi salud mental estaría turbo mejor de lo que es ahora. Siempre quise tener uno y a pesar de que insistía e insistía, mis padres se mantuvieron firme como montañas: No más animales, Mariana.

Crecí con la idea de que amar a alguien no valía mucho la pena porque al final se iban a morir. Ese fue el mensaje que me dieron y ese fue el mensaje que capté. Me volví aprensiva, me volví insegura y nerviosita. Me volví miedosa.

Pero, como sea, llegando a mi etapa de adolescencia todo cambió. Doña Petra entró a mi vida, con sus brillantes ojos azules, pelaje suave y blanco y movimientos elegantes y ágiles. Fue un click a primera caricia.

A mi hermana nunca le han gustado los gatos porque creían que eran muy agresivos, pero yo veía en Doña Petra potencial. Veía arte, veía elegancia, veía finura, veía inteligencia. También veía arrogancia, veía ira, y veía mucha envidia, pero era más la parte artística y llena de matices lo que me parecía interesante. Nunca había tenido yo mucho contacto con los gatos, pero ella era otro asunto.


Defendía su territorio, era cautelosa con caras nuevas, vivía muy cómodamente, sin preocuparle que los cambios de rutina de las personas a su alrededor pudieran alterarla. Vivía para ella misma, eso debo dejarlo en claro. 

Podía haber sido mascota de alguien, pertenecer a la responsabilidad de mis tíos paternos. Podía haber pasado tiempo jugando con mis primos. Podía haber acompañado a mis tías en sus tareas cotidianas. Podía descansar con mis padres, en específico, con mi padre, quien se mostraba cariñoso y juguetón con ella.

Pero sólo yo podía comprender el montículo de arte con patas que ella era. Tenía una historia, tenía tinta en las patas para escribir algo importante. Tenía esa luz en su mirada que te hacía creer que sabía algo que tú no. Tenía esa actitud misteriosa, despreocupada e inadaptada.

Tan como yo.





Llegaba de mi escuela a casa de mi abuela y mi primer instinto, además de arrojar mi mochila al rincón más alejado de toda la enorme casa, era buscar a Doña Petra. Por lo general me la encontraba tumbada en el patio, debajo de un árbol, tomando un baño de sol o a veces estaba sentada en las masetas blancas de mi abuela, mirando con desdén y curiosidad el paisaje que se pintaba ante ella. Yo pasaba a acariciarla y le hablaba sobre mi día.

Y ustedes en esta parte pueden decir: "¡Una adolescente rara e introvertida hablándole a un gato! Nada nuevo"

Pues sí, no es nada nuevo. No es una historia muy original si damos el plot de forma general. Pero créanme, tiene su chiste.

Ella se quedaba ahí, sentada o acostada, escuchándome pacientemente mientras yo parloteaba como una histérica. Casi siempre eran quejas. Por momentos me miraba, como si de verdad me entendiera, y por momentos levantaba la cabeza o movía los ojos y me daba a entender que no era algo interesante lo que yo le estaba diciendo. En ningún caso me sentí ignorada o rechazada.


Podía pasar horas y horas pasando mis manos sobre su lomo, acariciando su cabeza, tomándola de las patitas, sonriéndole y diciéndole que era la gata más bonita e inteligente que yo había conocido. Eso debía complacerla mucho, porque me respondía con esos famosos "besos de gato" -que yo por entonces no sabía que eran besos de gato. Pensé que mi actitud cariñosa hacia ella le daba mucha hueva-

Cuando tomaba una siesta, a veces ella me acompañaba. Me acostaba en la primera cama que veía -o en la que me dieran chance, tbh. Recuerden que no es mi casa- y me perdía en cuestión de minutos. A veces ella estaba ahí, desde un inicio.

A veces me despertaba y la encontraba ahí, a un lado, también dormida.







Siento una gran conexión con ella, casi a nivel espiritual. Sé que fui importante para ella, y ella sabe que fue importante para mí. 

Veía más de lo que las personas podían ver. Reaccionaba mejor que cualquier otra criatura o persona. Tenía carácter, tenía personalidad, y tenía inteligencia.


Mucha más de la que podía encontrar en las personas con quienes me relacionaba por ese entonces. La hice muy famosa entre mis amistades, a pesar de que Doña Petra jamás fue "mía" o exclusiva mía de mí.


Yo no vivía -ni vivo- en esa casa, por lo tanto, el tiempo que podía disfrutar con ella era limitado. Aun así, yo sentía esta amistad, este lazo que me ataba a ella. 

En ella veía una parte de mí que no podía ver si estaba con alguien más o estando sola. 

Era mi amiga y yo era su amiga.


Su especie no importaba, ni su tamaño ni su peso. Ni su lenguaje, ni siquiera el hecho de que sus pelos me causaran alergia. Qué importaba eso. Yo prefería pasar mis manos por su pelaje y que se me pegaran a la ropa y andar estornudando todo el día o me diera un sarpullido, que estar sin verla o sin jugar con ella.


Hice a Doña Petra bastante famosa entre mis amigos. A muchos les parecía tierno que hablara así de ella, a otros les daba risa y algunos más los turbaba mi tipo de relación con aquella felina de ojos azules.

Pero qué iban a saber ellos de mi amistad con Doña Petra.







Y de un momento a otro, se ganó un lugar en mi corazón. 


Riánse si quieren; asústense si quieren. Júzguenme de loca, si así lo desean.
Realmente amé a Doña Petra, con la intensidad de mi capacidad. Realmente tuve una conexión a nivel espiritual con ella. Realmente fue mi amiga.








Claro que estoy triste. Turbo triste. Apenas me enteré, quise hablarlo con alguien, pero dije un par de palabras y me di cuenta de que no. Quejarme de la vida no iba a devolvérmela. Llorar toda la noche no iba a hacer que me doliera menos. 

Nada iba a hacer que mi corazoncito no sufriera... más que ella. 


Me costó trabajo, claro. Todavía me acuerdo y me entran unas intensas ganas de aventarme de un puente, pero mantengo en mente que no le hubiera gustado verme así de infeliz. O sea, a lo mejor le da gusto saber que me duele mucho porque eso significa que la amé mucho, pero estoy segura de que no le vendría muy en gracia si decidiera hacerme daño por ello.

Ocupó una parte importante en mi vida y siempre va a ser así. Mientras yo viva, no dejaré que su recuerdo se desvanezca. Todos se van, pero yo nunca olvido a los que se van.








Por desgracia, esta semana, el lunes, también se fue una compañerita peluda. La perrita Camila de mi amix Anel Flores falleció a causa de un virus. Le dolió, por supuesto. A ella nunca le habían gustado los perros -o los animales en general, tbh-, pero se había encariñado con las perras que tiene ahora. Las ama y perder a Camila fue un duro golpe.

Nunca sé cómo ayudar o qué decir en esos instantes, pero algo dijo que me llegó al corazón. Nos daba la noticia mientras se secaba los ojos, cuando de repente de entre un murmullo seco y un escupitajo de amargura soltó:

"Hay tanta gente mala que no se muere. Por qué se tuvo que morir mi Camila"


Algo así dijo, no recuerdo sus palabras exactas. Pero esa frase me congeló el corazón dentro de mi pecho porque ESO MISMO YO HABÍA DICHO LA NOCHE DEL SÁBADO CUANDO ME DIJERON DE LO SUCEDIDO.

"Por qué, habiendo tanta gente mala, se mueren los que menos necesitan morirse"




Es producto del dolor, supongo. Estar tan llenos de ira, mi amiga y yo. Pero es cierto. Hay gente que no vale pinches nada, absolutamente nada, ni un centavo, es más, ni un segundo de consideración y aún así se mueren los que más se necesitan. O sea, qué pedo con la lógica de la vida ahí. 

Nada en esta pinche vida tiene sentido.










Ese sábado me di cuenta de lo sola que estoy. 


O sea, tengo a mis padres, y a mi hermana, a mis amiguitos, a mis fans, a mis haters y alguno que otro amante por ahí, escondido entre mis sábanas y mis copas de vodkDIGO NADA MAMÁ YO VIRGEN FOREVER. Como sea. 


Tengo todo eso. Tengo escuelita, carrera, tengo sueños, tengo planes, tengo deseos y tengo hambre.

Pero a veces no puedo evitar sentirme sola. De por sí que no hay muchas personas con quienes me identifique o que puedan entenderme poquito -o mínimo querer entenderme. Cabrones que quieren cambiarme hay muchos-, y luego la poca que hay se muere, o se va del país.


Pos no.







En todo caso, quiero decir que Doña Petra es un alma con destellos divinos, celestiales y matices oscuros y fríos. Fue un verdadero placer habernos encontrado en esta vida y espero con mucha ilusión volvérmela a encontrar en diferente forma y bajo diferentes circunstancias. Espero poder quererla más de lo que la quise en esta vida.

Estoy agradecida.







Gracias, Doña Petra, por tanto y perdón por tan poco.


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