*Suspira*
¿Alguna vez les ha pasado que están muy cansados y desean dormir, pero no pueden dormir? Y no es porque estén pensando en algo en concreto, estén preocupados o estresados. Simplemente están tan cansados que no pueden dormir. ¿Se han sentido alguna vez así?
A mí me pasa, a veces.
No es que me pase la noche entera dando vueltas por mi cama, ahogada en las voces de mis pensamientos, planeando mi siguiente movimiento en la vida o intentando darle sentido a lo que estoy haciendo. Nada de eso. Mi mente está tan cansada como mi cuerpo, ambas están en blanco, inmóviles, inútiles. Pero no puedo apagarme, no puedo dormir. No puedo descansar, no puedo soñar y no sé porqué.
No siento angustia, ni estrés. No siento enojo, ni tristeza. No siento nada. Estoy ahí, tumbada en mi cama, con la cara pegada en la almohada, escuchando mi propia respiración. Estoy ahí, esperando a que mi cerebro se apague, esperando a que mis párpados se cierren, a que la calidez de mi cuerpo atrapada en las sábanas me arrulle... PERO NADA. No puedo dormir. Estoy viva, estoy consciente y estoy cansada.
En algún momento de la madrugada pierdo los sentidos y cuando me toca levantarme, ya es por pura fuerza de gravedad. Como instintivo. Me levanto, me preparo para el día y salgo al mundo a hacerme un caminito para subsistir. Todo eso es mecanizado. Sigo cansada, muy cansada.
En días buenos, el maquillaje, la ropa, el perfume y mi voz cubren todo eso, me disfrazan bien.
En días malos, no puedo ni dar cinco pasos en línea recta sin sentirme que se me doblan las rodillas.
El peso en mis hombros se va haciendo cada vez más insostenible, los grilletes invisibles en mis pies más fuertes, la correa que ata mi cuello al suelo cada vez se hace más inflexible. Y mientras más avanzo, menos sentido todo tiene.
Mi mente, entonces en blanco, se prende de colores difusos, brumosos, como niebla de colores pastel. Me distraigo, me concentro por pequeños lapsos y hago lo que tengo que hacer. Voy a la escuela, atiendo a mi familia, salgo con mis amigos. Ayudo a mis compañeros, leo mis libros, escribo mis novelas e intento no perderme en un mundo que crece a pasos agigantados.
Mi cuerpo, incluso sin la comida necesaria, sin los nutrientes básicos, se llena de energía. O finge que así es. Completo mis tareas lo mejor que puedo, como se me permite. Las ojeras ya no significan nada después de tantos años de tenerlas. Mis mejillas redondeadas cada vez más filosas tampoco asustan, porque la gente conoce mis hábitos alimenticios. Mis manos frías, mi cabello despeinado y algún ocasional moretón o corte en mis extremidades ya no son noticia nueva; ya son parte de mí.
Pero los ojos vidriosos no son parte de mí, los insistentes suspiros tampoco, ni los pies chocando contra todo lo posible en tierra.
En días buenos, la gente atribuye algunas alteraciones físicas aleatorias mías a la inevitable frecuencia de la vida.
En días malos, la gente nota cuando estoy más torpe de lo normal, más descuidada de lo normal.
Me permito sonreír cuando la ocasión se presenta, pero por lo general no soy consciente del gesto tan seco y distante que tengo en la cara. Opino cuando me piden que opine, me río cuando me siento obligada a, y hablo cuando el silencio es incómodo, es prejuicioso, es vacilante.
"Estoy bien, gracias. Es que no dormí bien", me justifico. "Estoy bien, gracias, es que no terminé de desayunar hoy".
"Estoy bien, es que tengo mucho trabajo y estoy pensando en eso".
"Estoy bien, pero la vida a veces se interpone entre la sanidad y yo".
Siempre hay algo para justificarme. Siempre encuentro un hueco para salirme tajante y siempre encuentro un argumento mordaz para que nadie sea capaz de cuestionármelo.
Me miran curiosos, me miran dudosos, me miran extrañados. Abren sus bocas y yo puedo continuar hablándoles de cómo decidir alejarme de quién estaba enamorada me ha partido el corazón en dos, puedo decirles cómo el hecho de que una de mis mejores amigas se fue a otro país desde hace unos meses me tiene un poco triste y de vez en cuando me siento sola, puedo decirles cómo las cosas en mi trabajo de servicio profesional no es lo que yo pensaba, ni siquiera es tan malo como imaginé, es peor, lo que me tiene consternada. Puedo decirles que estoy preocupada por mi familia, por mis amigos y por el mundo en general. Puedo prometerles que pasará, que estaré bien, que no se preocupen.
En días buenos, no tengo que explicar de más.
En días malos, ninguna de las cosas que digo los convence, no me creen y yo me veo en la penosa necesidad de darme media vuelta y alejarme bajo su mirada angustiada.
Regreso a casa y elijo el camino más largo. Para poder escuchar más música, para poder pasar a comprar comida, un libro, unas calcetas. Para poder saludar a alguien, para visitar el cine, un museo o una tienda de juguetes. Para caminar, para tardarme en llegar.
Una vez dentro, la soledad no me molesta. Nunca me ha molestado. Sé que en cualquier momento en que llame a mi hermana, a mis padres, a cualquiera de mis primos favs o a mis amigos, sé que ellos estarán ahí. Así que no me siento sola. Estoy ahí, yo, conmigo misma.
Me acuesto un poco, en silencio. A veces duermo un poco, a veces sueño mucho. Como lo que puedo comer, lo que se me antoja para cocinar. Veo la televisión, me regalo algo de tiempo para mis actividades recreativas, termino mis trabajos y organizo mis deberes hogareños. Intento no perder el equilibrio de ningún aspecto en mi vida. Preparo mis cosas para el día siguiente. Ceno con mi familia, veo series de televisión con ellos, tomo una ducha y me voy a dormir.
Las lágrimas no salen de mis ojos, ni siquiera se congregan detrás de ellos. No se me cierra la garganta. No me da insomnio. No me dan náuseas, ni mareos. Nada.
No siento nada. En absoluto.
Y eso, de alguna manera, me mantiene alerta. No es normal, no está bien. Debería ser poder capaz de soltarme a chillar cada vez que me siento triste, porque así siempre he sido. Llorar al verme provocada por algún evento triste y trágico del cual no tengo ningún control. No puedo llorar. No puedo gritar, ni siquiera puedo hablar de esto con alguien más. No tengo insomnio, no pienso en eso. Estoy en un vacío, en un loop de nada, de blanco, de silencio. Es pacífico, pero en exceso sí agobia.
Debería ser capaz de ahogarme en alcohol, de querer siquiera eso. No me pasa. No tengo ganas de tomar alcohol, no tengo ganas de salir, no tengo ganas ni siquiera de buscar una película o de levantarme e ir a mi estantería para buscar algo qué leer. No quiero escribir mis novelas, incluso cuando esta última me tiene muy emocionada. No quiero seguir tuiteando pendejadas, cosas sin sentido. No quiero seguir revoloteando como idiota por tumblr, no quiero seguir mirando mi inicio de feisbuck como tonta.
No quiero seguir dándome pena. No quiero ya sentir esto. No es bonito, porque no es dolor pero tampoco es algo que desearía a los demás.
En días buenos, todo pasa teniendo en mente que la única persona que creía en mí ciegamente ya se fue.
En días malos, todo pasa teniendo en mente que no lo voy a lograr porque la única persona que creía en mí ciegamente ya se fue.
No es tan triste como se lee, amigos. O tal vez sí. No me hagan mucho caso, suelo perder el contacto con la realidad de las cosas. No soy muy objetiva cuando se trata de mí y ustedes lo saben.
Pero quiero decirles que no siempre es así. No siempre vivo en estos episodios de burbuja gris. Tengo días muy buenos, tengo días en los que de verdad soy feliz y estoy bien. Tengo días en los que no tanto.
La vida es así, supongo. Un montón de altibajos emocionales, físicos y espirituales, desencadenados por una variedad infinita de situaciones aleatorias.
Si se fijan bien, en ningún momento bromee sobre querer morirme o intenseé sobre de verdad desear morirme alv. Es porque no lo pienso. Lo cual es aun más confuso, porque ni para eso tengo ganas, o sea jelou, khé me paza??'
El luto lo llevamos todos. Yo todavía lo cargo, no creo que sea algo que se desvanezca con el tiempo. Creo que es como un tatuaje que después de que sana, aprendemos a llevar. Incluso a presumir. No digo que una cicatriz porque ésas por lo general son feas y los tatuajes por lo menos pueden llevar colores, aunque ambos comparten algo: Todos tienen una historia y un porqué.
Los lutos también.
Claro, paso mucho tiempo revolcándome en mi miseria. Es turbo divertido, para alguien como yo. Pero hay un mundo de diferencia entre la miseria de sentirme verdaderamente sola en un mundo que parece no dispuesto a cooperar conmigo y a no dejarme vivir, con la miseria de un amor no correspondido, un amor malogrado, una amistad en la distancia, falsas expectativas de las cosas, decepciones laborales, pesadillas personales. Lo que sea. Hay diferencias.
No digo que cada día se siente como una guerra, porque no. O tal vez sí, pero es una guerra diferente. Pero tampoco digo que cada día es un carnaval -Como dice Celia Cruz, lmao-
Digo que, bueno, ahora debo adaptarme a esta nueva vida. Porque después de que alguien se muere, viene una vida nueva. Ésta es la mía. Con episodios psico-depresivos, episodios vacíos, episodios efusivos, episodios iracundos, episodios turbo confusos. Así me está tocando vivir y estoy haciendo lo mejor que puedo con lo que tengo. Eso quiero pensar.
En ocasiones tengo la fe de que algún día las cosas van a mejorar, que esto se quedará atrás y que me sentiré mejor. Que ya no habrán más noches de cansancio, ni excusas tontas, ni balbuceos incoherentes, sonrisas falsas o silencios incómodos.
La mayor parte del tiempo creo con firmeza que no, que esto seguirá igual, que esto se quedará conmigo.
Va un año sin ti y estoy aprendiendo a vivir en este mundo otra vez. No es fácil, sobre todo cuando tengo estas horribles playlist por todo spotify, y mi lista de propósitos que no he terminado de siquiera escribir, o esta horrible gastritis nerviosa cuya existencia mi madre se niega a reconocer como tal. Pero lo estoy intentando. De veras. Por ti y por mí. Por los dos. Porque sé que tú también harías lo mismo.
Gracias otra vez por todo.
Perdón por tan poco.
Siempre te recuerdo, siempre estás conmigo. Te amo. Nos vemos al otro lado.
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