Cada semana siento que estoy envejeciendo mil años, POR QUÉ ME PASA ESTO, ha de ser por el trabajo. Aparentemente es mi única fuente de estrés y frustración infinita. Voy a pensar que es eso y no algo más. La negación es linda y necesaria a veces.
Creo que a esto se le llama crecer. Despertar todos los días con dolores nuevos en lugares innombrables, enfrentar personas frustrantes, orgullosas y patéticas y no ahogarnos dentro de nuestros propios residuos de miseria al encarar eventos desafortunados e inevitables.
Mi pensamiento ha cambiado, durante toda mi vida. Es natural. Es común. No siempre he pensado igual y gracias a Dios por eso. Todo lo que he vivido, he leído, he aprendido, ha sido para algo. Ha modificado en alguna parte mi comportamiento y mi manera de ver la vida. Mi carácter ha sido el mismo, sí. Poco ha cambiado y mis enfermedades mentales y físicas parecen agravarse un poco más al dejarlas correr con el pretexto de que "cuando tenga tiempo/dinero/ganas haré algo".
Ustedes han sido testigos de mis muy remarcadas opiniones sobre la muerte. La mayoría de ustedes las encuentran ofensivas, groseras, desconsideradas y exageradas/dramáticas. La mayoría de ustedes no las entienden, no buscan razonarlas; es más fácil juzgarlas.
No es queja. Es una simple observación.
El tema de hoy es algo que vengo pensando desde hace un par de años. No sabría bien qué fue el detonante para que mi pensamiento cambiara radicalmente, ni sé cómo pasó. Sólo sé que cuando la siguiente oportunidad se me presentó, mi consuelo fue decir: "Vivió como quiso".
Vamos a ser bien claros:
La muerte es un evento natural e inevitable. No podemos escapar de él, ni siquiera aunque lo intentemos. No podemos considerarlo como un mal augurio, como mala suerte, como una calamidad. Las circunstancias son las que marcan la diferencia: No es lo mismo morirte a los setenta años de edad de un infarto, que morirte a los veintitrés a manos de un borracho irresponsable e imbécil.
Pero en sí, si lo vemos desde el punto de vista biológico, es algo que ya está latente en nuestras venas. Vamos a morirnos. Todos. La diferencia está en el cómo y cuándo.
No soy muy adepta de hablar sobre mi vida privada, sobre todo las historias tristes. Claro, conocen algunas que yo les he contado para calmar mi dolor, pero si puedo evitarlo, lo voy a hacer.
A lo largo de mi vida y bajo el estricto régimen que supuso la religión en mi ideología, he tenido que soportar a la muerte como golpes en el estómago. Crecí viéndolo como algo malo, algo que debería temer. Algo que no estaba bien. Algo que debía dolerme.
Nunca realmente obtuve algún tipo de orientación para cuando estas situaciones se presentaban. Mis padres, creo yo, en un fallido intento de protegernos a mi hermana y a mí, nos encerraron en una burbuja de ignorancia tanto tiempo como pudieron. No podían escondernos ahí para siempre, por lo que cuando cobré consciencia y enfrenté a la dura y fría mirada de la muerte en mi círculo social, obviamente perdí el sentido.
Sufrí bastante.
Y, siendo mi naturaleza sensible af, encontré un enorme placer al regoderarme en mi tristeza. Más allá de todo lo que había pasado, el único consuelo que tenía era conmigo misma.
Mis padres podían abrazarme.
Mis amigos podían escucharme.
Mis parejas podían secar mis lágrimas.
Pero al final, esa paz espiritual que necesité para evolucionar y entender mejor las cosas, derivó de mi propio dolor.
Recientemente entendí que la muerte no es algo propiamente malo, algo que deba avergonzarme o que deba temer.
Hay mucha gente que se escandaliza allá afuera cuando me escuchan bromear sobre mi propia muerte y me hacen pensar: ¿Es que esta gente no está consciente de que SE VA A MORIR? ¿DE QUE ES OTRO DE LOS MUCHOS PROCESOS QUÍMICO- BIOLÓGICOS A LOS QUE ESTÁ SUJETO EL SER HUMANO?
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Pero, entender la muerte no significa ser indolente a.
Entiendo a la muerte y cada vez que alguien se muere en mi familia -si soy sincera, ha sido muy seguido en estos últimos tres años, wtf, cálmense-, lucho contra mi tristeza y mi dolor para hallar la luz que necesito para continuar. El consuelo que ocupo para sanarme.
Eso quiere decir, que sí, me hiere que se mueran las personas que amo. Por supuesto.
Pero he dejado de amargarme por eso. He decidido no sufrir más por ello, porque, ¿Cuál es el punto? De todos modos se iba a morir. Sí, hubiera hecho mucha diferencia el morirse a los ochenta años que a los cuarenta y tres, pero sigue siendo un proceso inevitable. Un evento que, por mucho que yo llore, ninguna de mis lágrimas iba a poder cambiar.
Así que, la resignación trajo consigo, además de humildad, un espectro especial. Como unos lentes de sol. Me ha permitido ver más allá del revuelo que causa uno cuando se muere.
Te mueres, y de repente eras especial para todos. Todo el mundo se olvida de tus fallas, te recuerdan por lo bueno; olvidan esas preocupaciones que causaste, esas discusiones que iniciaste y las veces que la cagaste. Te santifican. Exageran cada aspecto bueno que pudieras poseer y si no poseías cualidades llamativas, te inventaban unas.
Te mueres y de repente todo el mundo te extraña. Todo el mundo te quiso y todo el mundo intentó ponerse en contacto contigo, haciendo quedar mal a la vida por arrebatarte de sus caminos tan pronto.
Te mueres y de repente, a todo el mundo le duele, menos a ti.
Es como nacer.
Te mueres y a las personas, casi en automático, lloran tu ausencia en vez de celebrar tu vida.
Entiendo, entiendo, no todos llevamos el luto igual, ni nos sentimos igual ni vemos las cosas igual.
Lo entiendo.
Sólo sé que, después de estos cuatro años de superación espiritual, de caídas verdaderamente dolorosas y profundas, hay algo que aprendí y que jamás voy a olvidar:
Si hay algo peor que morir, es no vivir.
Y por no vivir me refiero a no hacer de tu vida lo que te venga en gana. De no disfrutar de los mayores placeres de la vida, de no ser capaz de vivir lo que quieres vivir.
Claro, sin dañar al prójimo, obvio.
Eso sí es peor, amigos, si tomamos a la muerte como algo censurable.
Peor es haber vivido una vida gris, fría, sin gracia, sin altibajos. Peor es haberte escondido de todos y todo por miedo. Peor es no haber sabido aprovechar las grandes oportunidades que de vez en cuando la vida tiene la generosidad de prestarnos.
Peor es haber sido bendecidos al regalarnos una buena vida y desaprovecharla. Eso sí es peor.
Hace dos semanas, más o menos, una amiga muy querida de mi mamá falleció. Ella estaba muy triste y se lamentaba, un poco, porque la última vez que la vio fue hace cuatro años. La acompañé a una de las misas en su honor y yo misma vi cómo los hermanos y amigos en común se desmoronaban de dolor.
Sentí mucha tristeza.
Cuando mi mamá me estaba platicando de ella, un poco más tarde ese mismo día y mientras comíamos en un puesto de comida, me dijo que "no se había cuidado su amiga". Su amiga era una mujer diabética que a menudo gustaba de tomar alcohol. Vivió siempre en la fiesta, nunca tomó en cuenta su delicada salud para sus diversiones y yo lo único que pude opinar fue:
"Bueno... al menos vivió como quiso".
Y si por ello, murió tan "joven", tan repentino, creo que ella misma aclararía que valió la pena.
¿Quién de entre nosotros podremos decir, cuando nos llegue la hora, que vivimos como quisimos y que morimos por ello? No hay mejor vida que la que uno elige vivir y no hay mejor muerte que al uno elige morir.
Yo he hecho mi elección.
¿Y tú?
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